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Eran las 11:30h de un lunes de hace unos cuantos años, cuando tras la presentación del Master de Sumillería, nos reunimos alrededor de una mesa con algunas viandas, copas y varios vinos a elegir, el variopinto grupo compuesto por profesores, personal administrativo, la directora y los alumnos que mirábamos con ojos nuevos las instalaciones que serían casi nuestra casa, durante los próximos meses. Y allí estábamos, presentándonos de manera más o menos informal con el vecino cuando de repente se oye por encima del tono de las conversaciones: “¿Y tú por qué estás aquí?
El silencio fue inmediato. Todos nos giramos y vimos cómo sonreía nerviosa una de las compañeras. Entre risas y bromas todos y cada uno de nosotros fuimos pasando por la preguntita de rigor. Y pudimos comprobar lo diverso de la motivación y de la procedencia del grupo. Había dueños de restaurante que quería aprender más sobre el mundo del vino, camareros que querían mejorar, algún que otro aficionado con ganas de aprender y también estaba yo.
Yo había llegado allí por culpa de los huevos, vamos, por lo que se viene entendiendo por “no hay huevos”. Tras pasar varias veces por “vamos tío que a ti se te va a dar bien”, “pero si eso te gusta y te va a ser fácil”, “lo vas a disfrutar un montón, y lo sabes”, “aprovecha y estudia algo que te guste no sólo que te sirva”, de alguno de los amigos. Llegó el último recurso de los españoles: “a que no hay huevos”. Y mira, funcionó.
Allí estaba yo, con un montón de gente a mi alrededor y tenía que decir mi motivo para estar allí. “Pues es que me han dicho que conducir sin carnet es delito. Y a lo mejor, beber sin título debe ser de…”. No recuerdo si llegué a terminar la frase, supongo que sí. Pero la cara de alguno de los que me miraba era de sorpresa total.
Nos reímos, es posible que alguno pensara que yo era idiota. Pero decidí en ese instante cómo tenía que ser mi relación con el vino: franca, directa y, sobre todo, divertida.
El Master me ayudó mucho a sistematizar conocimientos, a darme cuenta de lo inmenso que es el mundo del vino, desde las viñas a las botellas. Que hay un mundo en los trabajos de campo, en la forma y momento de realizar de vendimia, en los procesos de vinificación, en la guarda y, como no, en el complejísimo mundo de la comercialización. Pero sobre todo me ayudó a conocer y compartir experiencias con un grupo fabuloso de compañeros y formadores, gracias a los cuales he podido vivir el vino de una forma profunda y desenfadada.
El vino une y me ha permitido conocer personas y lugares; compartir con amigos y desconocidos las experiencias que produce abrir una botella y disfrutar de todo lo que hay dentro y, claro está, del momento en que se toma.
Para disfrutar del vino no hay que saber, hay que abrir una botella. Que sí, que el saber está muy bien, pero no es lo importante. Lo importante es disfrutar.
Una vez me preguntaron que para qué me servía haber estudiado sumillería. Y yo les dije que… bueno, seguramente ya he soltado un buen rollo para ser el primer día. Así que lo dejaré para otra ocasión.
Salud y disfrutad.